Celestina visita a Melibea en su casa, en la que entra con el pretexto de vender un poco de hilo. Primero se encuentra con Alisa, su madre; pero al final ésta se marcha y puede conversar con Melibea:
CELESTINA. Señora, el perdón sobraría donde el yerro falta. De Dios seas perdonada, que buena compañía me queda. Dios la deje gozar su noble juventud y florida mocedad, que es el tiempo en que más placeres y mayores deleites se alcanzarán. Que, a la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecina de la muerte, choza sin rama que se llueve por cada parte, cayado de mimbre, que con poca carga se doblega.
MELIBEA. ¿Por qué dices, madre, tanto mal de lo que todo el mundo, con tanta eficacia gozar y ver desea?
CELESTINA. Desean harto mal para sí, desean harto trabajo. Desean llegar allá, porque llegando viven, y el vivir es dulce y viviendo envejecen. Así que el niño desea ser mozo y el mozo viejo y el viejo más; aunque con dolor. Todo por vivir. Porque como dicen: “viva la gallina con su pepita”. Pero ¿quién te podría contar, señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas, sus cuidados, sus enfermedades, sus fríos, su calor, su descontentamiento, su rencilla, su pesadumbre, aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su primera y fresca color, aquel poco oír, aquel debilitado ver, puestos los ojos a la sombra, aquel hundimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel carescer de fuerza, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues ¡ay, ay, señora!, si lo dicho viene acompañado de pobreza, allí verás callar todos los otros trabajos, cuando sobre la gana y falta la provisión; ¡que jamás sentí peor ahito que de hambre! [...]
MELIBEA. Madre, pues que así es, gran pena tendrás por la edad que perdiste. ¿Querrías volver a la primera?
CELESTINA. Loco es, señora, el caminante que, enojado del trabajo del día, quisiese volver de comienzo la jornada para tornar otra vez a aquel lugar. Que todas aquellas cosas, cuya posesión no es agradable, más vale poseellas que esperallas. Porque más cerca está el fin de ellas, cuanto más andado del comienzo. No hay cosa más dulce ni graciosa al muy cansado que el mesón. Así que, aunque la mocedad sea alegre, el verdadero viejo no la desea. Porque el que de razón y seso carece, casi otra cosa no ama, sino lo que perdió.
MELIBEA. Siquiera por vivir más, es bueno desear lo que digo.
CELESTINA. Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero. Ninguno es tan viejo, que no pueda vivir un año, ni tan mozo, que hoy no pudiese morir. Así que en esto poca ventaja nos lleváis.
MELIBEA. Espantada me tienes con lo que has hablado. Indicio me dan tus razones que te haya visto otro tiempo. Dime, madre, ¿eres tú Celestina, la que solía morar a las tenerías, cabe el río?
CELESTINA. Señora, hasta que Dios quiera.
MELIBEA. Vieja te has parado. Bien dicen que los días no van en balde. Así goce de mí, no te conociera, sino por esa señaleja de la cara. Figúraseme que eras hermosa. Otra pareces, muy mudada estás [...]
CELESTINA. Señora, ten tú el tiempo que no ande; tendré yo mi forma, que no se mude. ¿No has leído que dice: “Vendrá el día que en el espejo no te conozcas?” Pero también yo encanecí temprano y parezco de doblada edad. Que así goce desta alma pecadora y tú de ese cuerpo gracioso, que de cuatro hijas que parió mi madre, yo fui la menor. Mira cómo no soy vieja, como me juzgan.
MELIBEA. Celestina, amiga, yo he holgado mucho en verte y conocerte. También hasme dado placer con tus razones. Toma tu dinero y vete con Dios, que me parece que no debes haber comido.
CELESTINA. ¡Oh angélica imagen! ¡Oh perla preciosa, y cómo te lo dices! Gozo me toma en verte hablar. ¿Y no sabes que por la divina boca fue dicho, contra aquel infernal tentador, “que no de sólo pan viviremos?” Pues así es, que no el sólo comer mantiene. Mayormente a mí, que me suele estar uno o dos días negociando encomiendas ajenas ayuna, salvo hacer por los buenos, morir por ellos. Esto tuve siempre, querer más trabajar sirviendo a otros, que holgar contentando a mí. Pues, si tú me das licencia, diréte la necesitada causa de mi venida, que es otra que la que hasta agora has oído y tal, que todos perderíamos en me tornar en balde sin que la sepas.
Celestina le explica cuál es la razón de su visita; Melibea se enfurece, pero Celestina consigue calmarla mediante una argucia: le dice que no ha venido por amores, sino por un dolor de muelas de Calisto. Le pide, para que sane, un cordón bendecido y una oración que sabe la joven dama. Ésta le entrega el cordón, pero le dice que vuelva otro día para que le dé la oración.
